Profundamente unidos, arte y juego no sólo están presentes en creaciones luminosas, sino que son capaces de sumergir al espectador en experiencias imborrables. Con pinturas, esculturas, instalaciones, fotografía, video, objetos y obras interactivas de casi un centenar de artistas argentinos de distintas generaciones, Arte en juego. Una aproximación lúdica al arte argentino, imperdible muestra en Proa pensada para que vaya toda la familia, pone el foco en ese vínculo.
La muestra incluye desde juegos inventados por Xul Solar (un tablero basado en el I Ching con reglas e instrucciones escritas en neocriollo, lenguaje creado por el artista) hasta obras actuales con compleja tecnología. Hay también desde una rayuela de Marta Minujín hasta una pintura de Juanito Laguna jugando a las bolitas de Antonio Berni. Personaje icónico, Juanito, que vive en un barrio de emergencia, es el niño dorado del arte local. Se puede ver desde una escultura de un caballo de calesita con gomitas comestibles de frambuesa de Amalia Amoedo, un dinosauro en cerámica esmaltada de Ernesto Arellano hasta "Pelota de fútbol de anos" de la serie Peletería humana de Nicola Costantino. “La serie —dice Costantino— está compuesta por trajes, accesorios y objetos moldeados en silicona que imitan la piel humana haciendo uso del cuerpo como fetiche y estableciendo vínculos con el mundo de la moda y el consumo”.
No faltan obras de Benito Laren —singular artista que experimenta la vida como un juego eterno—, Edgardo Giménez, Liliana Porter, Cristina Schiavi, Nushi Muntaabski, María Silvia Corcuera, Matilde Marín, Pablo Suárez, Marcos López y Dino Bruzzone (con una maqueta del parque de diversiones Italpark que muchos visitamos de chicos), entre otros artistas.
En febrero la muestra incluirá obras de realidad aumentada de KAWS, Olafur Eliasson, Julie Curtiss, Tomas Saraceno, Lu Yang, Koo Jeong A y Nina Chanel. Se trata de obras interactivas —algunas inmersivas o con movimiento y sonido—, que intervendrán Caminito, el Riachuelo, el trasbordador, los alrededores de Proa (y algunos sitios escondidos en su interior).
“El juego tiene que ver con la creatividad y con crear mundos imaginarios, que es lo que hace el arte”, señala Rodrigo Alonso, curador de la exhibición. “Entre esos juegos —dice— algunos son más reglados y racionales y otros más ligados a la imaginación; muchos se usan para que los chicos se sumerjan en el mundo real”.
La exhibición, que pone el eje en la importancia que poseen distintos tipos de juguetes, juegos, deportes y propuestas participativas en la inspiración y en el imaginario de los artistas argentinos, interpela sobre ese vínculo profundo e intrínseco entre arte y juego.
Para Alonso, el rol del juego es tan fundamental que incluso impacta en el desarrollo del arte. “En Volver al arenero, Jaroslav Anděl, curador de la exhibición, demostró que la mayoría de los artistas del arte moderno, las vanguardias como Mondrian y Paul Klee, son los primeros que pasaron por el jardín de infantes, que se implementó hacia finales del siglo XIX, donde experimentaron con colores, formas, combinaciones y armaron cosas”, señala el especialista.
"Bambi-Bot" es una deslumbrante instalación robótica interactiva de Laura Palavecino, diseñadora y artista visual que crea juegos que vinculan estudios medioambientales, arte y tecnología para impulsar nuevos vínculos con la naturaleza. Palavecino integra Women in Games Argentina, una agrupación que nuclea mujeres y disidencias que promueve una industria de desarrollo de vidoejuegos mas inclusiva.
Con un sofisticado sistema de censores de sonido y de proximidad, el robot ciervo de "Bambi-Bot" se activa en un jardín secreto y artificial cuando el espectador toca un metalofón intervenido. “Jugamos con un robot que representa un ciervo y estamos tocando notas musicales: parece muy divertido, pero también podríamos pensar cómo funciona nuestra capacidad de agenciamiento para dirigir y modelar el comportamiento de los seres vivos. Estamos jugando, pero ¿qué valores transmitimos en el juego’”, señala la artista.
"El Tren fantasma" de Oligatega Numeric —es una reversión de la obra original de 2005 que fue comprada por el Musac— cuando avanza crea un video en tiempo real. Los sitios por donde pasa el tren, que en su locomotora lleva una cámara rinden homenaje a Lux Lindner, Fabio Kacero, Jorge Gumier Maier y Fabiana Barreda, entre otros artistas. En el video que se genera, los objetos cambian de escala imprevistamente: lo mundano se vuelve fantástico y hasta es posible que la imagen incluya al espectador, si se coloca en un sitio que pueda ser captado por la cámara. “El video que se proyecta en la pantalla nunca se repite porque hay fluctuaciones e interferencias de los teléfonos celulares: los videos siempre son diferentes”, afirma Alfio Demestre, integrante de Oligatega Numeric junto con Mariano Giraud, Mateo Amaral y Maxi Bellmann desde hace más dos décadas. “Siempre jugamos con la ilusión de la fantasía – añade Demestre—, como lo hace un niño que juega con un muñeco de barro e imagina que es un robot”.
En "Imperialismo minimalismo" Diego Bianchi hace competir sobre un tablero a las dos grandes marcas globales de bebidas cola. Bianchi no sólo posee un sentido lúdico ácido y agudo, sino que es capaz de incluir al espectador en exhibiciones y performances donde uno inevitablemente se vuelve un chico que disfruta como con un regalo nuevo, impensado. Bianchi exploró con esculturas con alambre, yeso, nylon, cemento, maniquíes, bolas de pelos, uñas. Trabajó con mantequilla de maní; kilos de dulce de leche sobre autos hechos trizas y gorgojos sobre rebanadas de pan. Le impuso sus propias reglas de juego al espectador: para ingresar en "Under de sí" fue necesario caminar sobre tablas de madera apoyadas sobre cuerpos de hombres recostados; para ver "Imperialismo minimalismo", en galería Sendrós, había que trepar por una soga. Y para entrar en "Shutdown", en la galería Barro, había que arrastrarse por abajo de unas chapas (para el que no quería hacerlo, había una puerta de ingreso anexa).
En la sala, los chicos juegan en la rayuela de Marta Minujín. Apasionada, avasallante y avant garde eterna, la joven Minujín desacralizó el arte con obras como "Suceso plástico", una acción a gran escala que hizo en un estadio de fútbol en Montevideo, en 1965. Cuando el público estaba en el estadio, a ritmo vertiginoso, mujeres obesas de inspiración “fellinesca” rodaban por el césped y un grupo de hombres musculosos alzaban a cualquier mujer que se les cruzaba. Unas coristas besaban a los hombres del público y unas performers llenaban de betún a los musculosos —así los denominó la artista—.
“Sentía y afirmaba que el arte era algo mucho más importante para el ser humano que esa eternidad a la que solo los cultos accedían, enmarcada en museos y galerías. Para mí era una forma de intensificar la vida, de impactar al contemplador, sacudiéndolo, sacándolo de su inercia. ¿Para qué entonces iba a guardar mi obra? ¿Para que fuera a morir en los cementerios culturales? La eternidad no me interesaba, quería vivir y hacer vivir”, escribió la artista en Tres inviernos en París. Diarios íntimos.
En "La Menesunda" también invitó al espectador a jugar y en "El Batacazo", una estructura en forma de hexaedro, el espectador podía toparse con conejos vivos y además deslizarse por un tobogán hasta caer en la cabeza de una muñeca inflable de hule.
Con medio centenar de voluntarios pintados con diseños Picassianos, en el MoMA, desató "Kidnappening", un homenaje —con simulacro de secuestro incluido— a Pablo Picasso, que había fallecido hacía cuatro meses. Con los ojos vendados, los voluntarios fueron trasladados a distintos sitios: un loft en el Soho, la casa de un reconocido crítico y un banquete.
En una de las salas de Proa se exhibe una serie de tableros de ajedrez, uno de los juegos más ancestrales, creados por distintos artistas. En "Ideas para Infiernos", León Ferrari, que tendrá muestra homenaje en el Museo Nacional de Bellas Artes en 2023, enfrenta en una disputa inevitablemente desigual imágenes de Cristo y santos a una estatuilla del diablo. El "Ajedrez proletario" de Edgardo Antonio Vigo sólo incluye peones, y "A sangre fría" el tablero de Horacio Zabala carece de casilleros para que las piezas avancen bajo reglas compartidas.
En "Lo recuerdo", una obra interactiva de Leo Núñez, cuyo título alude a las primeras palabras del cuento "Funes el memorioso" de Jorge Luis Borges, al tipear en una antigua máquina de escribir Olivetti, el texto se reproduce en una gran pantalla con letras luminosas. La instalación recuerda absolutamente todos los textos que se tipearon en la máquina de escribir y los muestra intercalados con otros recientes. Jamás hay blancos ni olvidos significativos.
Con incontables piezas de juegos, Daniel Joglar creó una gran instalación que contiene todos los juegos que uno pueda imaginar, con un wallpaper con estructuras modulares como las construcciones geométrico-abstractas de los tableros. Allí, por unos instantes, es posible sentirnos muy cerca de ese chico que fuimos y que el arte logra recordarnos eternamente.
Arte en juego. Una aproximación lúdica al arte argentino, hasta el 15 hasta marzo de 2022 en Fundación Proa, Av. Don Pedro de Mendoza 1929. Entrada: general, 300$; estudiantes, docentes y jubilados, 100 $. De jueves a domingo de 12 a 19.